Folia Moss: El pulso secreto de lo orgánico: cómo lo estático florece.

En la naturaleza, nada permanece inmóvil. Los musgos se expanden en silencio sobre las piedras, los líquenes colonizan las paredes antiguas y los hongos encuentran su camino en las grietas olvidadas. Cada organismo traza patrones invisibles que, con el tiempo, transforman la superficie que habitan. La escultura Folia Moss nace de esa contemplación: un intento de capturar, en un gesto material y contemporáneo, la vitalidad silenciosa de estos seres que
pintan con vida las pieles que cubren el mundo.

Inspirada en la forma en que los musgos cambian de color según la humedad, el sol o la sombra, Folia Moss se convierte en una metáfora de la impermanencia. En ella, los tonos se degradan como si estuvieran sujetos a la misma luz que toca una piedra húmeda en la mañana o seca bajo un sol de mediodía. El espectador se encuentra ante un paisaje vivo, aunque estático, que evoca lo efímero y lo eterno a la vez.

La pieza está compuesta por más de 4,000 módulos, cada uno de aproximadamente 3 x 3 centímetros. Estas diminutas unidades, ensambladas como una piel orgánica, construyen un tapiz tridimensional que se transforma según la distancia y la mirada. De cerca, los módulos revelan su individualidad; de lejos, se disuelven en un patrón fluido, como ocurre con las colonias de líquenes en una roca volcánica o con la expansión del moho sobre una superficie porosa. La repetición se convierte en ritmo, y el ritmo, en una suerte de respiración visual.

Los módulos se organizan en diez gamas cromáticas que van de un color claro a uno intenso de la misma paleta, siendo este primer resultado escultórico una mezcla de matices de rosados y rojos intensos. Este abanico de colores no es casual: alude al pulso vital, al rastro de la humedad que da vida y al desgaste del tiempo que reseca y transforma. Así, el espectador puede leer en la obra una oscilación constante, como un latido petrificado en la pared.

Pero Folia Moss no es solo un objeto contemplativo; es también una invitación a reflexionar sobre la relación entre lo humano y lo natural. La obra, con su precisión modular, surge de un proceso racional y meticuloso, casi matemático. Sin embargo, el resultado final es orgánico, impredecible y cercano a los patrones espontáneos de la vida. Esta tensión entre orden y azar, entre control y fluidez, constituye su fuerza poética.

Al enfrentarse a la escultura, el visitante no observa simplemente un muro intervenido:
experimenta un recordatorio de que los procesos más humildes y silenciosos de la naturaleza —el avance del musgo, la floración de un hongo, la persistencia de un liquen— son, en realidad, expresiones de belleza, resistencia y transformación. Folia Moss es, entonces, una celebración de lo pequeño que se hace grande, de lo discreto que termina ocupando todo el espacio, de lo efímero que se vuelve eterno al ser cristalizado en arte.

Pietro Estrada

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